La pandemia producida por el virus SARS-CoV-2 surgida en Wuhan en China, en la provincia de Huebei en diciembre de 2019, está generando un problema de salud pública a nivel mundial de enormes dimensiones. El número de fallecidos hasta la fecha asciende a un total de 184.643 en todo el mundo y un total de 2.475.723 contagiados. En España las cifras ascienden a 213.024 casos de contagio, con 22.157 fallecidos y 89.250 recuperados, conforme a las cifras oficiales. El impacto económico también es y será sin duda de dimensiones colosales y aún no podemos saber las verdaderas consecuencias que tendrán en la economía de los diferentes países y en el mercado de trabajo. No es la primera pandemia que sufrimos, pero si que las dimensiones de la misma son especialmente impactantes y habría que remontarse a la gripe de 1918, hace algo más de un siglo, para encontrarnos con una pandemia de dimensiones similares. Sin duda se trata en primer lugar de un problema de salud pública, pero donde la seguridad y salud laboral juega un papel de gran relevancia. Obviamente, concierne en primer lugar a virólogos y a epidemiólogos, pero técnicos y especialistas del ámbito de la prevención de riesgos laborales tienen mucho que decir. Así, además de la investigación que se ha realizado y se está llevando a cabo para obtener test de detección, vacunas, antivirales y otros tratamientos, las principales medidas cotidianas en el ámbito sanitario, laboral y doméstico, se han centrado en el confinamiento, el distanciamiento social, el seguimiento de protocolos de seguridad, incluyendo la adopción de medidas de higiene personal, y la utilización de medios de protección personal, tales como mascarillas, guantes, etc. Esto ha supuesto que entren a formar parte del lenguaje común términos que estaban anteriormente circunscritos a los profesionales de la seguridad y salud laboral, como FFP2, FFP3, etc., lo que ha supuesto a efectos positivos, que el ámbito de la prevención de riesgos laborales se popularice y se incremente la cultura preventiva de la sociedad en su conjunto y a nivel mundial. También hemos visto aparecer unas mascarillas nuevas que no existían antes, las denominadas en España “higiénicas” y en Francia “de barrera”, que ni son EPI ni son producto sanitario, con especificaciones técnicas publicadas muy, muy recientemente, así como por supuesto esas mascarillas caseras o cloth masks, de dudosa eficacia.
Además, el papel del prevencionista se ha colocado en primera línea de visibilidad, con los Servicios de Prevención teniendo que lidiar, dependiendo de la actividad, con el SARS-CoV-2 como riesgo biológico o no, con una multitud de documentos “oficiales” que leer e interpretar, y con la dirección de la empresa pidiendo asesoramiento certero y respuestas. En cualquier caso, los técnicos han tenido que dar respuesta a todas esas preguntas, diseñar protocolos y procedimientos específicos, y dar información y también formación que no estaba prevista. A todo esto ha habido que añadir, y esto en las empresas y trabajadores afortunados que siguen al pie del cañón, el teletrabajo con puestos no adaptados ergonómicamente, jornadas sin límite, sobrecarga de trabajo, etc., y en otros casos la reubicación de trabajadores en puestos de trabajo diferentes a los habituales, y vuelta a empezar, procedimientos, formación, información, respuestas….., todo en un contexto de falta de EPI, falta de test de detección, etc…
En resumen, de forma similar a lo que ha ocurrido en el ámbito sanitario, que cualquier dolencia ha pasado de facto a un segundo plano, los Servicios de Prevención se han visto colapsados en muy poco tiempo con una dedicación casi en exclusiva a la COVID-19, por lo que debemos agradecer su trabajo, puesto que cuidan de todos nosotros, y merecen un homenaje que aún no se ha hecho. Desde aquí el nuestro. Muchas gracias.
Juan Carlos Rubio Romero
Catedrático de Organización de Empresas
Director de la Cátedra de Prevención y RSC