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Condena a un empresario que se desentendió de un inmigrante 'sin papeles' tras un accidente laboral

15/02/2010

Trabajaba picando carne y limpiando máquinas industriales en una empresa familiar, de producción de embutido. Entraba a las 8.00. La salida no era fija. El sueldo tampoco. Cobraba 3,60 euros por hora. No podía exigir demasiado. No tenía permiso de residencia ni de trabajo. Cuenta que iba a tramitar sus papeles la tarde del 23 de febrero de 2005, el día del accidente. El empresario afirmó en el juicio que no le dio de alta en la Seguridad Social porque no le había proporcionado los papeles necesarios. Según su versión, llevaba "unos diez días en la empresa". El accidentado y una juez señalan que trabajaba allí desde 2003.

Aquella mañana estaba solo en la nave. Casi siempre era así, mientras el dueño y su hijo repartían los pedidos. Leyó las instrucciones que le dejaron escritas en la taquilla. Llevaba puesto el guante verde por higiene y por el frío. Y cogió un trozo de tocino para meterlo en la máquina. El anillo de protección llevaba roto unos días. Él lo sabía. Y su jefe también, según la sentencia del Juzgado de lo Penal 3 de Getafe, que condena al dueño de la empresa a dos años de cárcel por delito contra los derechos de los trabajadores y otro de lesiones por imprudencia grave y a indemnizar al ex trabajador con 240.000 euros por las secuelas y con 9.740 por los días de baja. El fallo es recurrible.

Tampoco disponía de un mazo para empujar la carne. Lo hizo a pelo. Se le enganchó el guante y con él la mano. "Es como si te pasara un camión por encima", explica. "Un dolor tan grande que dejas de sentir dolor". Cogió el móvil. Llamó al jefe. "He tenido un accidente", le dijo. La versión de A. F. de lo que ocurrió después, que la juez prima frente a la del empresario, arranca con la llegada atropellada del jefe. Ahí está él, con la mano que no responde. Su jefe lo ve, pero no le lleva directamente al hospital. Sube a llamar por teléfono. "Fue a hablar con el gestor", dice, que añade que no le decía nada, sólo pensaba en voz alta: "¿Qué hago yo ahora...?" Se cambió la ropa antes de llevarle al hospital. Le quitó el uniforme para ponerle ropa de calle. Los médicos le cortaron la mano. Estuvo dos días ingresado. Cuando volvió a la fábrica, su taquilla estaba vacía. Ni rastro de su ropa. Asegura que su jefe, le advirtió: "Si hablas con la policía digo que ni te conozco".

"El accidente se produjo porque Andrés no hizo lo que debía", declaró en el juicio el propietario del negocio, que declinó hablar con los medios y delegó en su abogado, Alejandro López-Royo. El letrado dice que recurrirán la sentencia porque la juez no consideró que la máquina tenía la suficiente distancia entre la entrada y el rodillo que trituró la mano del trabajador para que no hubiera ocurrido. El accidentado actuó "con imprudencia". El letrado llegó a decir en conversación telefónica con que el ex-trabajador introdujo la mano en la máquina "de forma voluntaria". Y añade: "Se deduce que quería perderla".

"En el juicio insinuaron que planeé el accidente", recuerda Andrés. Y se enfada: "¿Cómo se puede decir eso?". Silencio. "Yo tenía planes, ambiciones, pero la vida me cambió totalmente". Planes que pasaban por ingresar en el Ejército. Por estudiar Medicina. Por seguir la carrera que dejó al abandonar Medellín con su familia. Emigró a España con 16 años, tras el bachiller. Asegura que no vinieron por escasez económica, sino porque una familiar intentó extorsionarles. Su madre, profesora universitaria, enfermó tras el accidente. "Le dio muy duro", explica. Problemas de corazón y de cabeza. Regresó deprimida a Colombia. Ahora su familia son sus compañeros de piso. Le ayudan a atarse los zapatos, a cortarse las uñas de la mano izquierda. Cobra 700 euros de pensión y está regularizado gracias a los servicios jurídicos de UGT Madrid, a los que acudió tras una negociación fallida de su primer letrado.

"Estaba completamente desamparado", recuerda Jesús Martínez, su abogado actual. UGT denuncia que estos casos evidencian "que hay malos empresarios que se aprovechan de la economía sumergida", según Rosa Robledano, responsable de Salud Laboral. "Hace falta más sensibilidad contra quienes creen, sobre todo en tiempos de crisis, que la prevención es un gasto superfluo", añade. Andrés dice que sí, que ojalá su caso sirva de ejemplo. No quiere pensar en el dinero de la indemnización. "Es como la lotería, puede llegar o no". Y no parece un consuelo. "Me pueden dar todo el oro del mundo, pero no tengo mano. No hay dinero que pueda devolverme eso".

(Fuente: El País)

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