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Editorial

Estamos convencidos de que gestionamos nuestros negocios y organizaciones con un alto grado de racionalidad. Sin embargo, tenemos la íntima convicción de que algo no encaja, de que, a pesar de que todos los conceptos y mecanismos a nuestra disposición estén en funcionamiento (tecnología, estrategias, objetivos, calidad, innovación, planes de acción, liderazgo…), nuestra organización no acaba de funcionar bien. Como el caballo del clásico “Rebelión en la granja”, esa disconformidad no nos lleva a rebelarnos, sino que concluimos estoicamente que es cuestión de insistir con más ahínco y más determinación. Así, nuestro ánimo se va desgastando cuando contemplamos, año tras año, que ese esfuerzo organizacional descomunal, apenas deja, si acaso, unas migajas de mejora o crecimiento y, quizás, a costa de una organización un poco más frágil y cansada.

Sabemos hacer un claro diagnóstico sobre el problema y, acertadamente, reconocemos que este bajo rendimiento se debe a que la mayoría de ese esfuerzo se dedica a vadear circunstancias externas imprevisibles y a luchar contra la entropía interna. Honestamente concluimos que, a nuestro pesar, el día a día es el que manda y que nuestra organización se gestiona en modo apaga-fuegos. Sí que sabemos gestionar, nuestros éxitos pasados así lo avalan, pero que, desafortunadamente, una circunstancia superior a nosotros nos lo impide.

Las crisis, cualquiera que sea su naturaleza, simplemente acentúan esta desazón y la convierten en una sensación de urgencia. Nuestra inteligencia y experiencia no nos engañan, somos conscientes de que el medio y largo plazo son inapelables. Sabemos que caminamos en una mala senda y, por eso, cuando conseguimos apagar uno de esos fuegos, o de salvar la penúltima crisis, lo celebramos con la sensación agridulce de saber que esas victorias sólo son treguas hacia un resultado global mediocre (en el mejor de los casos). Sólo esperamos que nos quede el pírrico consuelo de saber que hicimos todo lo que pudimos.

Precisamente de algunas de estas crisis nació un modelo de gestión completamente nuevo. Un modelo de gestión que parte de un planteamiento de base distinto, y este planteamiento no es otro que la gestión tradicional, lejos de ser racional, es fundamentalmente emocional e intuitiva y, por tanto, un grado superior de arte, cultivado con grandes dosis de inteligencia emocional, conocimientos y experiencias. Por el contrario, ese nuevo modelo se basa en una concepción sistémica de los procesos empresariales y emplea métodos profundamente racionales y científicos, pero que, además, parte de una concepción realista y honesta, tanto de de la naturaleza de las personas, como del aprendizaje en las organizaciones humanas modernas que son, en definitiva, su ámbito de aplicación. El único obstáculo - y no es pequeño- para ser capaz de aplicar este nuevo modelo de gestión, es aprender a dejar atrás bastantes paradigmas de gestión obsoletos que, disfrazados de modernidad y camuflados entre algunos éxitos coyunturales, llegan con inexplicable fuerza hasta nuestros días. Las sucesivas crisis del sistema, y el empeño de los gestores por aprender a usar su raciocinio y no la tradición, son los factores que impulsarán, sin duda, esta necesaria transformación.

Desde hace más de 30 años el LEAN MANAGEMENT (con todos sus corolarios Lean Manufacturing, Lean Services, Agile, Lean Health, Lean Construction..) ha demostrado en todos los sectores que una gestión radicalmente racional de los sistemas organizacionales lleva a grados de competitividad y resultados sostenidos de un orden de magnitud muy superiores a los modelos tradicionales. La gestión Lean es la mayor innovación en gestión desde la revolución industrial. Conocer y saber aplicar los principios, valores y técnicas necesarias para la creación de una cultura Lean en nuestras empresas es un requisito imprescindible para generar y gestionar una organización inteligente. Porque sólo las organizaciones inteligentes son capaces de aprender a evolucionar conscientemente con los retos que planteará el s.XXI.

Lo contrario es seguir apostando a que los modelos tradicionales, cuya concepción básica sigue anclada en paradigmas de la primera mitad del s.XX, se pueden sostener heroicamente a base de sucesivos y clarividentes aciertos sobre la dinámica del sector, y/o por la adopción desesperada de la penúltima revolución tecnológica con su ordinal X.0 de turno.

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